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29 de julio de 2024El estudio de la microbiota intestinal, esa comunidad de microorganismos que habita en el interior de nuestro tracto digestivo, no deja de sorprendernos. En los últimos 30 años se le ha reconocido a la microbiota un valor incalculable para nuestra salud y, si atendemos a que está formada por alrededor de 40 billones de células de muy diversos tipos, un número muy similar al de nuestras propias células en nuestro cuerpo, podemos sospechar que la asociación que mantenemos con ella no es algo fortuito[1].
Solemos pensar que “nuestros” microorganismos simplemente ayudan a la degradación de los alimentos que consumimos para poder absorberlos correctamente y que, además, sintetizan sustancias a partir de los nutrientes ingeridos que contribuyen a nuestra salud. Sin embargo, hace tiempo que se descubrió que también influyen en determinadas enfermedades metabólicas como la obesidad o la diabetes, en la depresión o el cáncer colorectal e, incluso, en el desarrollo del cerebro desde la infancia. Todo ello sumado al entrenamiento al que somete a nuestro sistema inmunitario para que madure apropiadamente con el fin de diferenciar lo propio de lo extraño protegiéndonos de muchos agentes patógenos a la vez que “apacientan” las poblaciones microbianas necesarias en nuestros tejidos[2]. Sin embargo, lo que ignorábamos hasta ahora es su relación con la curación de heridas musculares.
Muy recientemente, investigadores de la Escuela Médica de Harvard y del Hospital Brigham and Women’s han comprobado que la microbiota intestinal es necesaria para reducir el nivel de inflamación que se produce inicialmente en una lesión muscular y que se desencadene el proceso de reparación[3].
Tras un daño en el tejido muscular se produce un incremento de la actividad inflamatoria que no se comienza a controlar hasta tres días después del suceso. A partir de ese momento, comienza una etapa en la que se reduce el daño producido por la inflamación inicial y se secretan sustancias que estimulan la capacidad regenerativa de las células musculares para reparar la lesión. Examinando los grupos celulares que se encuentran en la región de reparación los investigadores se percataron del incremento paulatino de la cantidad de un grupo concreto de linfocitos T denominados reguladores hasta el tercer día. Estos linfocitos T producían sustancias que estimulaban la regeneración muscular a la vez que controlaban la producción de moléculas responsables de la respuesta inflamatoria, lo que conducía a la curación.
Muy bien, pero, ¿qué relación tiene la regeneración muscular con la microbiota intestinal?
Para poderlo responder tenemos que trasladarnos al intestino e imaginárnoslo como un extenso campo de entrenamiento de soldados en el que diversos grupos de células aprenden a reconocerse unos a otros además de a distintas sustancias que aparecen por la ingesta. Entre ellos, se encuentra un grupo de linfocitos T que actúan como controladores impidiendo que determinados grupos microbianos proliferen. Esas células, que se llaman linfocitos T reguladores, identifican a restos de alimentos o a diversos microorganismos por el aspecto que tienen (las proteínas, lípidos y azúcares que se encuentran en su superficie), lo que les sirve para entrenarse y madurar, pasando de reclutas a soldados profesionales. Una vez que eso sucede reciben su destino y son enviados a distintos tejidos fuera del intestino. Sin embargo, no todos los linfocitos T reguladores son iguales. Hay un grupo concreto, el denominado RORγ+ por el receptor que presenta en su superficie, que suele ser enviado al tejido muscular y al hepático. Y ese fue el grupo de linfocitos cuyo incremento se detectó en la herida muscular a los tres días de producirse esta. Durante ese periodo de tiempo, en el tejido muscular se secretaban sustancias que atraían a esos linfocitos T reguladores desde el colon. Los investigadores, por tanto, se preguntaron si la microbiota intestinal colaboraba efectivamente en la estimulación de la producción de esas células T concretas y en la recuperación del tejido dañado.
Para ello, utilizaron unos ratones muy especiales que reciben el nombre de “germ-free” ( o “gf”, en inglés, libres de microorganismos). Se trata de ratones que no tienen ningún microorganismo en todo su cuerpo. Para ello, hay que criarlos y mantenerlos en sitios libres de microorganismos, asépticos, algo bastante complicado y a lo que hay que dedicar mucho esfuerzo y dinero. Pues bien, la producción de linfocitos del tipo RORγ+ en esos ratones gf es muy baja, tanto en el colon como en las lesiones musculares, las cuales, además, tardan mucho más en curar y lo hacen de manera defectuosa. Cuando a esos ratones gf se les añade en la alimentación un microorganismo característico de su microbiota intestinal como Clostridium ramosum, esos linfocitos incrementan su presencia y migran a las lesiones musculares: los soldados profesionales vuelven a tomar el control de la situación y el resultado es la curación del tejido dañado. Sin embargo, no es suficiente cualquier microorganismo intestinal, porque cuando usaron otra bacteria que se encuentra presente en el intestino del ratón, como Peptostreptococcus magnus, no se recuperaron los niveles normales de linfocitos T RORγ+ en la herida muscular. Tampoco hubo curación cuando se usaron microorganismos procedentes de otras microbiotas, como la de la piel. Es más, cuando a ratones normales se les administró una mezcla de antibióticos para eliminar su microbiota intestinal normal, no se incrementó el número de esos linfocitos en la herida muscular y la curación de la herida no fue satisfactoria. Todos estos experimentos parecen demostrar que el proceso de regeneración muscular es muy específico y precisa de la presencia de un grupo de linfocitos T que han madurado en contacto con determinadas bacterias de la microbiota intestinal.
Estos hallazgos nos muestran un nuevo aspecto de nuestra fisiología en la que la microbiota juega un papel muy importante, como es la regeneración tisular. Por tanto, el cuidado de nuestra microbiota intestinal, esa comunidad de microorganismos que ya es reconocida como un órgano “humano” en sí mismo, es esencial para mantener una vida sana y evitar enfermedades. La mejor manera de conseguirlo es mediante una alimentación equilibrada, en la que se deben incluir productos con microorganismos saludables que el ser humano lleva consumiendo desde hace siglos o, incluso, algún suplemento específico, y la realización de algún ejercicio físico que contribuya a la activación de nuestro metabolismo evitando los problemas del sedentarismo de nuestra sociedad.
[1] Sender R, Fuchs S, Milo R. 2016. Revised Estimates for the Number of Human and Bacteria Cells in the Body. PLoS Biol. 14(8): e1002533. doi: 10.1371/journal.pbio.1002533.
[2] Dominguez-Bello et al. 2019. Role of the microbiome in human development. Gut. 68(6): 1108-1114. doi: 10.1136/gutjnl-2018-317503.
[3] Hanna et al. 2023. The gut microbiota promotes distal tissue regeneration via RORγ+ regulatory T cell emissaries, Immunity, https://doi.org/10.1016/j.immuni.2023.01.033